sábado, 4 de junio de 2011

Venenosa y Lentejita

Había una vez una amistosa serpiente llamada Venenosa la cual vivía en un pantano. Ella estaba a punto de ser madre y se encontraba al cuidado de sus huevos. Por su parte, muy cerca de aquel nido vivía Lentejita, una tortuga gigante que también iba a ser madre y lógicamente al igual que Venenosa, cuidaba sus huevos con esmero. Una tarde mientras Venenosa y Lentejita fueron a buscar alimentos hubo un fuerte temblor de tierra. Muy asustadas trataron de ponerse a buen recaudo, es decir que ambas buscaron un lugar seguro para no sufrir accidentes durante el temblor. Cuando la tierra dejo de moverse Venenosa y Lentejita buscaron desesperadamente sus nidos pero lamentablemente estos habían desaparecido y los huevos se encontraban desperdigados por todas partes. Es así como la serpiente y la tortuga fueron poco a poco recolectando sus huevitos hasta tenerlos completos y luego cada una procedió a reconstruir su respectivo nido. A la semana siguiente los huevos de ambas se abrieron y Venenosa y Lentejita contemplaban emocionadas a sus retoños, pero qué sorpresa se llevaron al ver tan diferentes a sus hijos. Venenosa había tenido unas lindas tortuguitas bebés y Lentejita por su parte tenía como hijos a unas delgadas y graciosas serpientes recién nacidas.
Algo raro debió haber sucedido se preguntaban ambas madres, pero no atinaban a descubrir las razones. Entonces decidieron resignarse y pasaron varias semanas cuidando de sus hijos. Muchas veces Venenosa sintió ganas de comerse a las pequeñas tortugas, pero supuso que tal vez sus caparazones le provocarían indigestión y lo más importante fue que ella estaba convencida de que esas pequeñas tortuguitas eran sus hijas, así que se reprendía a sí misma y se sentía avergonzada de lo que sentía. En lugar de comerlas o dañarlas, más bien las protegía y las alimentaba tiernamente, ya que su amor de madre era superior a cualquier otro sentimiento.
No lejos de allí, Lentejita estaba a punto de tirar la toalla porque sus delgadas hijas se movían rápidamente y se escapaban con facilidad. Lentejita tenía que hacer esfuerzos sobre naturales para alcanzarlas y muchas veces sintió ganas de abandonarlas. Sin embargo, su amor de madre se lo impidió. Ella educó de tal manera a las pequeñas serpientes que éstas comenzaron a desplazarse casi a su misma velocidad y así fue más fácil cuidarlas y alimentarlas.
Pero como ya sabemos, en toda historia siempre hay alguien que sabe toda la verdad, y en esta ocasión ese alguien fue el guacamayo Samuel, quien durante el temblor voló muy asustado por el cielo y desde arriba pudo observar como los huevos de ambos nidos rodaron hacia los lados opuestos, produciendo semejante confusión. Samuel hubiera guardado el secreto hasta el día de su muerte, pero una mañana mientras tomaba el desayuno decidió contárselo a su esposa Magaly. Ella como digna representante del género femenino, no pudo guardar el secreto e inmediatamente fue a contárselo a Lorena, una lora parlanchina y chismosa que se encargo de llevar la noticia a todos los animales que pudo. Hasta que una noche la luciérnaga Lucia se lo hizo saber a Lentejita. Al día siguiente muy temprano, Lentejita fue con sus hijos a la casa de Venenosa, sin saber que el cocodrilo Coco ya le había contado la verdad a ésta y Venenosa también estaba en compañía de sus hijos rumbo a la casa de Lentejita. Fue así, como las dos familias se encontraron en el camino. Al verse frente a frente, Venenosa y Lentejita lloraron de la emoción, se acariciaron con sus cabezas y se agradecieron mutuamente el haber cuidado de sus hijos. La despedida fue algo triste para las pequeñas tortugas y las pequeñas serpientes, pero finalmente entendieron que debían estar con sus verdaderas madres.
Las pequeñas tortugas y serpientes crecieron como primas, mientras que Venenosa y Lentejita se hicieron comadres.

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